Siempre, en mis conversaciones con el autor, acabo herido por sus alegres pasiones llenas de incómodas tristezas, por sus silencios impasibles enfermos de esperanza, por sus puntos de vista que aun siempre limitando con lo sórdido, permanecen más próximos a los vestigios de una civilización venidera que a la actual decadencia. También sé, por esas veladas entre amigos, que, como Stendhal, diríase escribe para criaturas del futuro, tal es su extenuación de las vulgaridades circundantes.
Y si un buen poema es aquel que nos permite ser un poco más descreídos, al tiempo que nos refuerza con las ocultas cadencias del mundo en una complicidad tácitamente inasible; si un buen poema distorsiona la realidad todo lo posible para que el lector pueda reconstruirla con sus propias palabras, entonces estamos, con este poemario, ante el reto de dilucidar nuestros propios avatares y quimeras, porque en este libro el autor se congratula en considerar que las indignidades que socaban el mundo son igual de humanas que los méritos que lo sostienen y por eso sus poemas intentan dignificarlas sin protegerlas, hacerlas visibles, sin rencores, para reconquistarlas.
M.H.G.