En su libro Vivir en África, que contiene una sección de crónicas y otra de cuentos, Blanca del Río proporciona a sus lectores un contundente y memorable regalo. Ella nos habla de lo que observó, experimentó y vivió, no en un país sino en todo un continente. Sus años africanos - que fueron bastantes - se pasean por Rwanda, Burundi, el lago Tanganyika, el Congo, Kenia, Níger, los parques nacionales de Tanzania, que tanto le gustaban a Hemingway. Pero el paseo no se limita a una gira turística para grabar a vuelo de pájaro la potencia de la naturaleza que estalla en esas regiones de los orígenes, sino en la gira de una inteligencia observadora y curiosa que anhela descubrirlo todo, desde la vida de los chimpancés, las costumbres de los pigmeos, la diversidad de las orquídeas, o el misterio en torno a las fuentes del río Nilo, hasta la efervescencia social y política de pueblos que poco antes, en la década de los 60, se acaban de desprender de sus lazos coloniales. Hay violencia, represión y peligro en estas páginas, pero también de ellas mana el dulce olor a mango, el milagro de una mariposa saliendo de la crisálida, el encanto de una monita doméstica con tendencias ninfomaníacas, o la "darwiniana" ley de la selva con que nos sorprende un león al dar caza a una cebra. POLI DÉLANO