Un poeta siempre tiene que estar en contacto con lo que le sucede en el presente, pero también, debe trazar esas coordenadas transparentes que vienen del pasado y lo constituyen. Este es el caso de Fosario, del poeta costarricense Carlos Villalobos, quien en una especie de Spoon River particular hace el retrato de una suma de parientes lejanos que lo antecedieron para que él mismo pudiera ser. Y cantar.

Constatación. Indagación. Transcurso del tiempo. Paso del campo a la ciudad, de la mina a la tienda, de la errancia a lo sedentario. Como si repasara un antiquísimo álbum familiar con fotos en blanco y negro, el poeta indaga en esas corrientes subterráneas pobladas de nombres y oficios, de lugares desaparecidos y memorias lejanas, para que desemboquen ahora en estos poemas, dejando una constancia del pasado para afirmar con asombro su presente.

André Gide decía que el pájaro canta mejor si está en lo más alto de su árbol genealógico. Y esto es lo que hace magníficamente Fosario.

RAMÓN COTE BARAIBAR

Fosario es una casa donde caben los ancestros venidos del corazón de la tierra. Es el lugar donde los abuelos tejen los recuerdos y Carlos Manuel Villalobos los reúne como materia para este hermoso y bien cuidado libro de poemas.
Está, de igual manera, la leyenda de la casa familiar y, como escenario, el linaje de las mujeres, la abuela que tiene palabras de sabidurías y hace que la vida sea milagro.
En este recorrido, a manera de álbum familiar, aparece Elena, la que cosecha dolores en el vientre, la mujer que cura con los secretos de la tierra y la evocación de Dios mientras el maligno mira por las rendijas.

Los lectores encontrarán aquí los rostros de la parentela mediante un viaje al pasado que busca en el recuerdo, la belleza.

MARTA LEONOR GONZÁLEZ