Toda antología personal implica una travesía y una declaración de principios. Y es que supone una manera de desandar, de regresar al comienzo y volver la mirada hacia el proceso creativo, de enfrentarse de nuevo ante la página en blanco con la libertad de seleccionar fragmentos de sí mismo.

El árbol es un pueblo con alas, de Omar Ortiz, incluye once libros y casi cuarenta años de creación poética. Interpretado como conciencia mística, el once simboliza al maestro y las fuerzas creativas del universo. El árbol representa la existencia y es arraigo, camino y elevación. Asciende unido a la tierra y sus ramas ondean en el aire. Este árbol es también un pueblo, el mundo de todos, por todos y para todos. Lugar de pertenencia en el que, así como crecen las rosas y se instala el olvido, cantan los viejos y las mujeres bailan, se escucha el ulular de las sirenas, el serpentear de los ríos, el maullido de los gatos, la presencia de los antepasados, la historia y sus hechos truculentos. Es un pueblo con alas, dice, y compaginadas a la música y la sensualidad de los cuerpos y las frutas vuelan las sensaciones: las más dulces y las más amargas; las más livianas y las más densas; las más graves y las más delicadas.

Como la vida, este árbol sabe de paisajes, de hombres que sueñan, de mitos y leyendas, de palabras de amor y de caricias, del olor de la muerte. Sabe del horror de la guerra y, desde luego, conoce la memoria y los jardines secretos. Árbol de la vida y de la poesía, que es lo mismo, entre ternura e ironía revela el significativo y poderoso recorrido de los arcanos.

LUZ MARY GIRALDO